sábado, 17 de marzo de 2012

EL ARBOL DE LA VIDA



Podrás pensar
que frágil soy como el cristal
pues cuando me miras me quiebro.

Podrás creer
cuando golpeas mi ser
que romperás mi silencio
en laberintos de espejos
en lluvia de lágrimas
en los lamentos del viento

Mas no es a mí quien golpeas
con tu cínica mano de piedra
con tu hacha de odio afilado por el tiempo.

No es en mí debilidad
que a tus desprecios responda con bondad
y  la amenaza  repruebe con silencio.
Pues ayer, bajo el sol del mediodía,  yo te di
el mango del hacha que  hoy blandes contra mí.

Tampoco indiferencia
pues cuando mi corazón sangra, no puedes ver la herida
ni la mirada nublada, ni la paciencia perdida
salvo en mis ojos de hoja  por el otoño vencida.

Quisiste quemar mi alma
porque tu sueño de amor se perdió bajo mi sombra
pero el silencio de la noche acudió a detenerte
Pues, con solo desearlo, por defenderme, traje tu muerte.
Por eso te colgaste entre mis ramas.,
para descubrir, con tu cuello roto y tu cuerpo sin vida
que  las estrellas cantan bajo mi mano dormida.

miércoles, 7 de marzo de 2012

EL MAR Y LA LUNA




La luna desnuda danza
sobre la mar y la arena.
Mujer con cuerpo de espuma
con ojos de sombra y de pena.

El viento sigue sus pasos
las olas cubren sus huellas
y un canto de voces caídas
busca su piel con ceguera.

A la playa llegó un mundo lejano
bajo los ojos de un hombre
que del mar entero se había enamorado.

Con él llegaron antorchas,
gritos de mil marineros.
Luces de aceros y dagas
buscando a tientas su cuerpo.

Y vio a la luna bailar con el viento
como una llama ardiente
de las sombras y las voces de los muertos.

Sintió un beso en sus labios.
Un cuerpo cubrió su cuerpo
y un sueño nunca soñado fue
blanco de su pensamiento.

Y nunca nadie encontró
al hombre enamorado
bailando junto a la luna
Y para todos ahogado.

Pero no para el viejo lobo de mar
aullando en la oscura taberna.
Viajando con velas de vino y ron
a la luna cuenta sus historias muertas.


sábado, 3 de marzo de 2012

UN BESO DE PELICULA


La besó con pasión: tomándola del talle y suspendiéndola del suelo tan solo asida por la cintura. Hubiera deseado que una ola del mar les golpeara mientras ambos consumían su pasión abrazados sobre la arena de la playa bajo la pálida luz del atardecer, como Burt Lancaster y Deborak Kerr en De aquí a la eternidad, pero el tiempo les había marcado a ambos. Ni siquiera podría soñar en tomarla en brazos y llevarla en volandas a la habitación como Rhett Buttler y Scarlet O´Hara en Lo que el viento se llevó, básicamente porque ella pesaba ciento catorce kilos y él arrastraba setenta y dos años y una hernia discal. Pero ambos, ya maduros, podrían soñar con el beso de Humprey Bogart y Katharine Hepburn embarcados sobre La reina de áfrica cruzando juntos el río de la vida.

Cuando el beso terminó, ella quedó muda de vergüenza. Era su padrastro. El hombre con quien había convivido durante más de cuarenta años, los últimos cinco cuidando a su madre enferma de demencia senil, a la que debían alimentar y bañar juntos. Un hombre al que ella adoraba como padre pero por quien jamás, ni en lo más recóndito, había sentido pasión alguna. ¿Qué había ocurrido con el padre amantísimo que había sido?. Trató de hablar, decir algo que solventara la incómoda situación. Pero fue otra voz la que sonó: La de su madre, observando inmóvil la escena desde una silla de ruedas anclada en la misma habitación:

- ¡Putaaaaa.....!.

La mujer rompió a llorar: Eran las primeras palabras que su madre pronunciaba desde hacía más de dos años. La casa de sus padre se tornó repentinamente oscura y el aire pareció agotar su oxígeno. Tenía que salir de allí, huir de aquel lugar en el que había entregado los últimos cinco años de su vida haciendo de criada y enfermera en un hogar que ni siquiera era el suyo. No podía soportarlo más. Tomó el bolso y el abrigo y con los ojos bañados en lágrimas, desapareció para siempre de sus vidas.

Había trascurrido una semana. Ella no había vuelto. No cogía el teléfono. Le había abandonado para siempre. Buscó el amor de aquella mujer, diez años mayor que él, para estar cerca de su preciosa hija. La vida le alejó de ella. Se casó con otro hombre, se marchó y después enviudó. Nunca, hasta aquella fatídica tarde, había tenido el valor de expresarla sus sentimientos. De decirla cuánto la amaba.

La habitación apestaba. El hedor de su esposa, abandonada a su suerte desde aquella tarde, lo llenaba todo. Primero fueron las heces, que terminaron cesando por la ausencia de alimento. Después vino el olor a muerte y descomposición. Permanecía junto a la ventana abierta viendo la televisión. Humprey Bogart e Ingrid Bergman se besaban en Casablanca. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Se levantó y arrastró la silla de ruedas bajo la lámpara, ató un extremo del cinturón a ella y con él se ahorcó, mientras el televisor continuaba inmutable emitiendo su película:

“¿Nuestro amor no importa?”

“Siempre nos quedará parís. No lo teníamos. Lo habíamos perdido hasta que viniste a casablanca, pero lo recuperamos anoche”.

domingo, 26 de febrero de 2012

AUSENCIA


Cuando tu te vas y dejas de mirarme

mi corazón se demora en sus latidos

y mi memoria se pierde en el olvido

que en el vacío tras tus ojos llena el aire.

Si te alejas, la ausencia no perdona

y tras el muro que el silencio ha construido

vendrá el cantar de un pájaro perdido

que con su trino recuerde a tu persona.

Me faltas tú, me falta el aire

me falta la luz de una estrella errante

que en el desván se pare a acompañarme.

Narcótica es para el alma tu partida

pues sin ti en dos mi ser se parte

y solo cuando estás vuelvo a la vida.

sábado, 25 de febrero de 2012

EL SEGADOR



Mediodía. El sol ha calentado la tierra hasta convertirla en un horno del que se alzan columnas de aire que distorsionan la línea del horizonte. Los buitres ascienden con ellas y sobrevuelan los trigales, mecidos en torbellinos y espirales como un vello erizado en olas amarillas danzando confusas bajo el cielo azul del estío. Sus penetrantes ojos buscan alimento, pero solo encuentran a ese hombre, luchando sin descanso contra el campo de espigas. Un campesino siega la mies. El viento lo golpea con furia. Sus ropas ondean con fuerza. Quieren irse cabalgando en huracanes, pero el cuerpo aguanta. Aunque no por mucho tiempo. Ante él, cabalga el último gran guerrero. La muerte.

Desde su negro alazán, la muerte, empuñando su guadaña, mira al segador con fijeza. Este le devuelve la mirada, apenas un brillo rojizo bajo la negra sombra de la capucha.

- ¡He venido a llevarte, segador!

El segador no responde. Permanece ceñudo envarando su guadaña. Cree adivinar en su oponente una sonrisa. Un rictus siniestro bajo el negro hábito. La muerte repite el mensaje:

- ¡He venido a llevarte, segador!

Silencio.... Los pájaros del cielo han quedado mirando. El viento se detiene lentamente.

El segador está quemando el monte con el alma.

Un olor a viento helado tiñe de sangre la boca.

La muerte descabalga.

La tierra tiembla, pero el segador permanece firme.

La muerte adelanta su guadaña.

El segador interpone la suya

y las dos guadañas son hermanas que riñen.

El viento se levanta.

Arrastra hacia occidente las mieses que la muerte ha segado al errar el golpe....

Hacia el fin del mundo.

El segador alzó su guadaña

la descargó sin errar el golpe

se oyó un gemido

y el velo negro de la muerte cayó sobre los trigales como una sombra.

El segador se limpió el sudor y volvió a su casa. Se sentía cansado. El silencio lo envolvía. Se miró al espejo y su boca reflejó el rictus de la muerte. Entonces gritó y gritó pero nadie pudo oírle.

Los días pasaron rápidos como el zumbido de las moscas. El polvo de todos los caminos se impregnó en la casa y sus ropas.

La muerte es un segador.

La muerte siempre ha sido un segador.


sábado, 18 de febrero de 2012

UN TRABAJO MAL HECHO


Noche aciaga. Los esqueletos se arrastran bajo la pálida luna, desnudos y harapientos. Cubiertos por la niebla del páramo. El enterrador los ve llegar. Los muertos se esconden con terror entre el polvo y la niebla. Sentado sobre una tumba y recostado sobre la lápida, el enterrador los observa con indiferencia mientras una colilla se consume entre sus labios secos. Es un hombre muy viejo, pero el pellejo de piel aún le cubre el cuerpo y un corazón resuena bajo su pecho.

La tumba bajo el sauce, cubierta ahora de hojas marchitas, tiene un visitante. Se yergue como un falo sobre la hojarasca. Bajo la luz de la luna no se distingue bien y el viejo enterrador no tiene una buena vista. Paso a paso, se acerca al lugar, con el suelo crujiendo bajo sus pies. Un pequeño golpe de pala sobre el objeto basta para que caigan al suelo las hojas que lo cubren. Es una mano.

Ha comenzado a llover. Pero eso no altera al viejo enterrador quien, con un ritmo constante de lentas paladas, extrae la tierra de la tumba. Poco a poco, el cuerpo se hace visible. Una mujer. La lluvia limpia el barro de su rostro, sometido a violentas convulsiones. Un temblor epiléptico recorre todo su cuerpo. La mujer intenta hablar, pero tiene la boca llena de tierra y solo emite balbuceos.

El enterrador levanta la pala y golpea a la mujer en la cabeza. Una y otra vez, con ritmo lento y cadencioso, hasta que el cuerpo desenterrado deja de agitarse. Los esqueletos del páramo observan escondidos la escena. Le temen. Es su amo. Su depredador. Su dios.

La mujer ha dejado de moverse. El enterrador, de un puntapié, gira el cuerpo inmóvil y lo arroja nuevamente a la fosa. La tierra arrojada por la pala cubre capa a capa el cuerpo. Después, hay que compactar. Cuando termina, ha dejado de llover. El hombre se seca el sudor de la frente con la manga de la camisa, se enciende con el chisquero una colilla y se aleja del lugar mientras murmura para sus adentros: “Mira que le tengo dicho al niño que los entierre boca abajo”.

PIRATA DE LUCES Y SOMBRAS


Duermo mientras camino en un mundo sin sol y sin pájaros. Árboles de hormigón proyectan sobre un bosque cubista y gris su sombra cada día y sus luces cada noche, cernidos sobre una sinfonía de cláxones desafinados, rugidos de bestias metálicas reptando sobre ríos cenagados, gritos ahogados y hediondos gemidos camuflados bajo aullidos de sirenas que se alejan. Pero aún en el más tórrido de mis sueños, los tambores de la luna despiertan en mi pecho flores de jardines olvidados. Rosas que la naturaleza sembró en mi corazón y que cada mañana, tras una sonrisa, oculto tras la pesadilla diaria mientras soy un Jonás más en el vientre de la serpiente de vidrio y acero que me transporta hacinada hasta el lugar en donde cada día vierto mi sangre y mi tiempo. El limbo donde marchito mi vida.

Pero a veces, solo a veces, cuando el fulgor de la luna ilumina mi rostro, despierto de mi pesadilla, tomo el timón de mi navío pirata y el mundo se abre inmenso, haciéndome caer ante su obra, prendiéndome de amor y haciéndome vivir a ratos el sagrado horror de mi propia existencia, engendrando en mi pensamiento una piedra endurecida por el tiempo que quiere romper de un grito todos los cristales de la noche y entrar como el huracán en el corazón de los hombres, abrir con dolorosa pasión el tesoro en ellos guardado por la perfumada luna y dejar que su aroma llene el aire. Sin embargo, el dolor del despertar es profundo, la realidad cotidiana abrumadora y demasiado hiriente la luz del día, por lo que siempre acabo replegándome sobre mis más antiguas sombras, bajo el calor de las sábanas, aguardando quizás a que todo cambie, a que el placer que escapa entre mis manos se haga a mí o yo me haga en él una sola cosa.

Soy pirata de la luz y de la sombra. Mis manos se aferran al viento y mis oídos se abren a las voces que habitan el aire. Creo entender y sin embargo sueño con los hombres, amigos y enemigos, parejos y distantes. Habitantes todos de un castillo entre la bruma.

Sentada sobre el cofre de mis riquezas me permito juzgar el mundo, inmersa en la ebriedad de la vida. Mis ojos no ven mas allá de la niebla y mi mente no conoce sino un pequeño surco de agua que el barco de mi entendimiento cree vencer cuando sus velas se curvan como alas, pero hacia allí me dirijo cuando estoy despierta: proa al futuro en busca del destino, perdida en la noche de la vida con la quilla de mi barco pirata en pos de una estrella.