sábado, 25 de febrero de 2012

EL SEGADOR



Mediodía. El sol ha calentado la tierra hasta convertirla en un horno del que se alzan columnas de aire que distorsionan la línea del horizonte. Los buitres ascienden con ellas y sobrevuelan los trigales, mecidos en torbellinos y espirales como un vello erizado en olas amarillas danzando confusas bajo el cielo azul del estío. Sus penetrantes ojos buscan alimento, pero solo encuentran a ese hombre, luchando sin descanso contra el campo de espigas. Un campesino siega la mies. El viento lo golpea con furia. Sus ropas ondean con fuerza. Quieren irse cabalgando en huracanes, pero el cuerpo aguanta. Aunque no por mucho tiempo. Ante él, cabalga el último gran guerrero. La muerte.

Desde su negro alazán, la muerte, empuñando su guadaña, mira al segador con fijeza. Este le devuelve la mirada, apenas un brillo rojizo bajo la negra sombra de la capucha.

- ¡He venido a llevarte, segador!

El segador no responde. Permanece ceñudo envarando su guadaña. Cree adivinar en su oponente una sonrisa. Un rictus siniestro bajo el negro hábito. La muerte repite el mensaje:

- ¡He venido a llevarte, segador!

Silencio.... Los pájaros del cielo han quedado mirando. El viento se detiene lentamente.

El segador está quemando el monte con el alma.

Un olor a viento helado tiñe de sangre la boca.

La muerte descabalga.

La tierra tiembla, pero el segador permanece firme.

La muerte adelanta su guadaña.

El segador interpone la suya

y las dos guadañas son hermanas que riñen.

El viento se levanta.

Arrastra hacia occidente las mieses que la muerte ha segado al errar el golpe....

Hacia el fin del mundo.

El segador alzó su guadaña

la descargó sin errar el golpe

se oyó un gemido

y el velo negro de la muerte cayó sobre los trigales como una sombra.

El segador se limpió el sudor y volvió a su casa. Se sentía cansado. El silencio lo envolvía. Se miró al espejo y su boca reflejó el rictus de la muerte. Entonces gritó y gritó pero nadie pudo oírle.

Los días pasaron rápidos como el zumbido de las moscas. El polvo de todos los caminos se impregnó en la casa y sus ropas.

La muerte es un segador.

La muerte siempre ha sido un segador.


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