sábado, 11 de febrero de 2012

LOS RELOJES DE LA VIDA




Me tumbo junto a la roca, desnuda bajo el sol del mediodía, en la frontera misma de la piel del mar. Extiendo mis manos hacia el agua y traspaso los límites hacia otro mundo. El cristal de la apariencia ha sido quebrado. Un laberinto de espejos y rostros reflejados, envuelto en el silencio de las rocas y el azul total del firmamento comienza a quebrarse. A ondularse. Puedo sentir su frío sagrado .... y sus latidos, lentos y profundos, pausados y eternos en contraste con los de mi alocado corazón. El mar late despacio, al ritmo de las olas, inmerso en un río de luz nacido en el corazón del sol y difuminado bajo el manto de las aguas.

El océano me invade. Junto a él, soy apenas nada. Un sueño o una anécdota. La más patética expresión de la mortalidad. Y sin embargo, somos lo mismo. Un corazón herido por el tiempo. Recuerdos naufragados en la noche, instantes azorados por las fuerzas del azar y asolados por bandadas de ruidosos segundos que un día quedaron atrás, revoloteando a nuestro alrededor. O quizás aún sigan ocultos en las profundidades abisales, escondiendo sus terroríficos rostros, sumergidos en el fango, mientras aguardan nuestra visita cuajados de odio y amargura.

Puedo sentir del mar sus latidos acompasados a los míos, palpitando rítmicamente en las corrientes de mi alma, al ritmo metronómico de las algas, siempre exhortándome a seguir. Son los relojes de la vida, un gigantesco círculo de amor y sueños derruidos al sol, sin muerte ni descanso, que no puede parar el grito de un pájaro ni la sombra de los ojos cerrados en el largo mediodía. Ocultos quedaron en una página inmutable los estratos oscuros de las eras dormidas, escritos en los libros olvidados de aquellos marineros que adoraron a la luna. Sus risas, sus canciones, sus hogueras extintas, marchitas, lejanas, enterradas con las grandes bestias. El mar las sepultó bajo lápidas de hielo, formado por las lágrimas de los que alguna vez supieron llorar.

Si es verdad que un dios me hizo a su imagen y semejanza, no es más cierto que no puedo dejar de mirarte, de pensar en ti al despuntar cada mañana bajo la voz de un sol radiante que, como la esfera de un reloj y siempre puntual se refleja cada amanecer en tus aguas para después ocultarse, tras escribir sobre nuestras pieles una historia de color hasta que en la noche más oscura nos llegue a ambos: El helado aliento de la muerte.

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